El sanador de caballos by Gonzalo Giner

El sanador de caballos by Gonzalo Giner

autor:Gonzalo Giner [Giner, Gonzalo]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2008-06-01T04:00:00+00:00


VII

Diego no pudo ni despedirse de Mencía, pues recibió el encargo poco antes de medianoche. El escrito donde se le convocaba con urgencia le llegó de manos de un paje de don Diego López de Haro.

—Perdonad las horas que son, pero traigo órdenes directas de parte de mi señor.

—Decidme, os escucho.

—Debéis presentaros mañana en su residencia antes de las seis para partir de inmediato de viaje.

—¿Adónde? ¿Sabéis para qué?

—No lo sé muy bien, pero creo que se trata de una urgente expedición de guerra.

—¿Guerra?

—Lo siento, señor, pero no sé nada más. Me he de ir.

El mozo salió corriendo para continuar su encargo y Diego cerró la puerta desconcertado. ¿Para qué le querrían, si carecía de preparación bélica y tampoco era caballero? En principio no parecía demasiado lógico, salvo que se debiera a su condición de albéitar, tal vez para atender a los caballos si eran heridos.

Buscó a Marcos para contarle lo sucedido, pero no estaba en casa. Lo imaginó con la hija del tratante Abu Mizraín, al recordar que estaba por tierras de Albarracín.

Antes de acostarse dejó preparado un saco con algo de ropa y un maletín con el instrumental que poseía. También escribió dos notas, una para que Marcos se la hiciera llegar a Mencía, y la otra para él. En ellas explicaba lo que iba a hacer, y en la de Mencía, además, le juraba su amor.

Apenas durmió. No alcanzaba a entender qué esperaban de él y además le martirizaba la idea de abandonar a su amada por un tiempo indefinido. Se levantó antes de la hora, nervioso, preparó la montura de Sabba y la animó a comer algo de heno antes de salir.

Todavía no había amanecido cuando llegó a la explanada vecina al palacio que servía de residencia a los Haro. Un centenar de caballeros con sus pajes y escuderos aguardaban en silencio.

Coincidiendo con la llegada de Diego, la campana de la iglesia de San Juan rompió la quietud con seis toques.

Con pulcra puntualidad vieron aparecer a don Diego López de Haro, flanqueado por sus dos hombres: don Álvaro Núñez de Lara y su sobrino, el infante de León, don Sancho Fernández. También estaba doña Teresa, pero ella sólo había acudido para despedirles.

Recibieron la bendición del arzobispo de la ciudad, se despidieron de los pocos asistentes, e iniciaron la marcha para dejar atrás, poco después, las murallas de la ciudad en dirección este.

Mencía se despertó intranquila. Cuando buscó a su madre por el castillo, le dijeron que había salido a despedir a su cuñado, que abandonaba la ciudad. Aquello le extrañó. Nadie se lo había contado. Se vistió con rapidez y dejó el castillo para ir a la plaza donde se suponía que arrancaba la expedición.

En el trayecto se cruzó con su madre, pero al no responder con claridad a sus preguntas y ante el gesto de fastidio que le demostró, presintió que le ocultaba algo importante.

Avivó su marcha hasta llegar a la plaza y no vio a nadie. Extrañada se dirigió hacia la casa de Diego.

—El señor partió hace un rato —la sirvienta respondió medio adormilada.



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